Este es el blog del taller de Recopilación de la Historia de Beniaján, una experiencia desarrollada entre los años 2010 y 2015 en la Escuela Popular de Beniaján. Participó en ella un nutrido grupo de personas del pueblo que, día a día, dieron constancia de su tiempo y de su memoria para que su voz no se pierda. En 2016 publicaron el libro "Beniaján y sus gentes. Un paseo por la memoria", recogiendo parte de su investigación. Este trabajo ha tenido continuidad y se ha consolidado en el Centro Cultural de Beniaján a través de "Conoce tu localidad", taller que sigue activo hasta hoy, recopilando aspectos sobre el patrimonio y la historia de Beniaján.

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martes, 4 de diciembre de 2012

Una mujer imprescindible

La historia de los pueblos y las ciudades no la forjan solo grandes acontecimientos, ni tampoco la protagonizan únicamente gloriosas y trascendentes celebridades. La historia se escribe también en letras pequeñas y hay vidas ‘anónimas’ para el mundo que, contempladas desde un contexto local y humano, son capaces de sintetizar los avatares de un siglo entero. Son los auténticos personajes que nos sirven de referencia cuando intentamos comprender y transmitir, desde la proximidad geográfica y sentimental, todo aquello que movía a la gente a afrontar la crudeza de su tiempo de una determinada manera y no de otra. Y, si bien es cierto que sus semblanzas nunca aparecerán en las grandes crónicas, sin duda constituyen para nosotros piezas esenciales de nuestra micro-historia que explican cómo y por qué hemos llegado a la realidad presente y cercana que compartimos como sociedad.

Ahora que desde el Taller nos vamos deteniendo en cada uno de esos hombres y mujeres que, con un papel que podría parecer incluso secundario en algún caso, han contribuido tan sustancialmente a la construcción del Beniaján que hemos heredado, surgen nombres concretos que verdaderamente trascenderán para siempre a su tiempo y se convierten hoy en individuos imprescindibles e incluso providenciales cuando se trata de escribir la historia de nuestro pueblo.

Uno de ellos tiene nombre de mujer. Vino a nacer en 1896 en la Calle Mayor de Beniaján, en la misma casa en la que moriría 93 años después. Se desgrana por tanto su longeva biografía a lo largo de casi todo el siglo XX, resumiendo en ella las glorias y las miserias, las mieles y los sinsabores, el esfuerzo y las renuncias de unas décadas tan intensas como convulsas. Así, el destino quiso dividir su vida en dos etapas: una de juventud y adolescencia, marcada por la prematura viudez, la sombra de la permanente enfermedad y la dureza de una guerra que le arrebató lo único que le quedaba: su hijo. Y la otra, que no se entendería sino como de crecimiento y madurez hacia una obligada autosuficiencia, cimentada en el dolor de la anterior pero edificada con el bálsamo reparador y permanente de la fe. Si a tan azarosa trayectoria (por otro lado quizá bastante común a muchas mujeres de la primera mitad del siglo pasado), se le suma la creatividad, la inteligencia y las habilidades naturales que aquella mujer supo desarrollar, descubrimos a ese personaje valiente y tenaz, único e irrepetible, que fue Aurora Mínguez Tomás.


En aquel mundo de hombres, Aurora fue capaz de elevar un modo de vida basado en las labores y quehaceres puramente femeninos, desarrollado siempre de puertas para dentro en la callada soledad de una casa, hasta el punto de otorgarle el prestigio y el reconocimiento social que, quizá, ninguna mujer de su entorno con oficio 'sus labores' pudiera haber obtenido antes para sí. Su prodigiosa destreza con la aguja, que le llevaría a suministrar bordados, trajes y ajuares a los mejores comercios y familias tanto de Beniaján como de la capital, le procuraría independencia y solvencia económica, además de sobrada fama dentro del gremio de costureras y, a la postre, no pocos contactos con la alta sociedad del momento. Bien podemos decir sin titubeos que Aurora vistió incluso a ‘la realeza’, pues cierto es que de su bastidor salieron durante muchos años los refajos que habrían de llevar las muchachas coronadas como Reina de la Huerta de Murcia, o los pomposos vestidos blancos lucidos por las majas y damas que presidían nuestras fiestas patronales y batallas de flores.

Idéntico virtuosismo plasmaría en los paños que cosía para la parroquia de San Juan Bautista: la misma iglesia a cuya sombra había nacido y crecido, la misma que luego vería arder en la Guerra Civil, y la misma a la que acabaría dedicando la mitad de su existencia, primero como piadosa feligresa, y segundo como amante incondicional de todos aquellos ritos y manifestaciones cristianas con que la tradición llenaba el calendario festivo de su pueblo. Junto con el presbítero Pérez-Muelas y el también recordado Pepe Ortiz, fue la cara femenina de una tríada genial de mecenas-artistas-entusiastas que logró incentivar en la década de los 50 desde la recuperación del patrimonio escultórico del templo hasta la instalación del Belén monumental en Navidad; pero sobre todo, a ellos debemos la configuración de los magníficos desfiles de Semana Santa que han llegado a nuestros días. Ella sabía como nadie involucrar a la gente y llamar a las puertas adecuadas, persuadiendo desde el encanto personal de quien tiene el convencimiento de que las cosas acabarán saliendo bien. Y ese carácter resolutivo que la acompañaba en la consecución de cualquier proyecto que se propusiera, si era además para bien sus vecinos, ya resultaba casi implacable. No en vano recibiría la placa al mérito del trabajo en 1981, de manos del alcalde de Beniaján, premiando su labor infatigable como mujer y como beniajanense.

En el nº 46 de la Calle Mayor, anualmente siguen rindiendo callado y sentido homenaje a la memoria de Aurora Mínguez cada uno de los pasos que desfilan en nuestra Semana Santa, parando un instante ante la que fue su puerta, al igual que el trono de la Virgen del Carmen durante la procesión de la patrona. Sus sobrinas, que mantienen la costumbre de montar un altar con ocasión del Corpus Christi en el mismo lugar que durante tantos años lo hiciera su tía, son también las que gentilmente nos están facilitando ahora toda la información y el sinfín de detalles que estamos recopilando sobre la inolvidable Aurora. Su nombre ya está escrito con letras mayúsculas en la memoria de quienes la conocieron, pero habrá de quedar por derecho y para siempre en la de las generaciones venideras. El Taller de Historia de Beniaján está en ello.

lunes, 6 de febrero de 2012

Hablemos de arquitectura

Muchas veces hemos escuchado o dicho que Beniaján no cuenta con un patrimonio histórico-artístico de interés, que no tiene apenas edificios relevantes… y es cierto. Pero carecer de monumentos no implica necesariamente la inexistencia de valores arquitectónicos en un lugar. Al menos nosotros, no vamos a dar por hecho que así ocurra en nuestro pueblo. Sobre todo si tenemos en cuenta que la Arquitectura que se estudia, se documenta y se protege no sólo se ciñe a la de grandes palacios e iglesias. La ARQUITECTURA RESIDENCIAL, es decir, la que abarca a todo edificio con uso de vivienda, también puede ser patrimonial si sus características nos remiten a un estilo, o a una tipología concreta de vivienda que pueda tener cierto interés, aunque sea a nivel local. Y es que las casas, con su lenguaje, también nos pueden contar grandes cosas sobre la historia de nuestros pueblos y ciudades.

 

Como actividad del Taller, el pasado 1 de febrero recorrimos en grupo el casco antiguo de Beniaján, identificando en sus calles distintos ejemplos de vivienda tradicional, la mayoría datados entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX. Se trataba de buscar en ellos elementos constructivos o formales que nos hablaran de la historia de Beniaján desde un punto de vista arquitectónico.

Algunas de las casas analizadas se encuentran actualmente en estado de abandono, pero gran parte siguen habitadas y mantienen su uso como vivienda (aunque mostrando a veces importantes alteraciones en su volumetría o en las terminaciones, que han acabado por distorsionar la intuida imagen original del inmueble). También observamos casos muy puntuales en los que el edificio se ha ido rehabilitando acertadamente, conservando toda la esencia del estilo y la época en que fueron construidos.

Lo primero que llamó nuestra atención fue la similitud de todos los inmuebles en cuanto al SISTEMA ESTRUCTURAL utilizado en su construción: muros de carga paralelos a la calle, teniendo siempre tejados inclinados como cubierta. Referente a la PARCELACIÓN de cada manzana, comprobamos que las casas se adosan unas a otras recayendo siempre a dos calles, contando por tanto con una fachada principal y otra trasera. También detectamos que el abanico de MATERIALES empleados, en general, es bastante elemental: piedra, ladrillo macizo, madera, cañizo, teja, yeso y mortero de cal. En efecto, todos los edificios se han construido con materias primas de obtención cercana e inmediata.


Materiales de aquí 

La Huerta de Murcia es un territorio geológicamente sedimentario, en el que la única piedra que ofrecen sus cerros y montañas es de tipo conglomerado; es decir, formada por la compactación de detritos rocosos muy heterogéneos. Por el contrario, el terreno es rico en arcillas, yesos, arena… Esta realidad permanente ha condicionado desde siempre la tradición constructiva desarrollada por los habitantes de la zona. Así, la piedra de que se disponía en las inmediaciones de Beniaján se limitaba a los cantos arrastrados por el río o por la rambla del Garruchal, y únicamente posibilitaba la ejecución de gruesos muros de piedra aparejados muy irregularmente. El barro mezclado con paja, permitió levantar robustos tapiales y ligeras paredes de adobe (atobas). La cocción de la arcilla dando forma a ladrillos y tejas ampliaría la lista de materiales constructivos básicos en la edificación doméstica, existiendo precisamente varias fábricas (llamadas “tejeras”) en nuestro pueblo. Los troncos de madera de pino (colañas), apoyados en los muros de carga, se utilizaban para sustentar pisos intermedios y cubiertas. Sobre ellos se disponían tramados de cañas trenzadas con soga de esparto (cañizo) que conformaban el plano horizontal de la planta superior, o el inclinado de la techumbre, o falsos techos (cielo raso). Por último, las numerosas canteras de yeso (aljez) existentes en nuestra sierra, o la facilidad para obtener cal a partir de las calizas de la zona, proporcionaban el material de agarre, revestimiento y acabado necesario.

Como materiales complementarios, encontramos puntuales piezas de cerámica decorativa en fachadas, hierro en balcones y rejas, y también la baldosa hidráulica como pavimento en los interiores.


Un estilo uniforme 

Durante el recorrido por el casco antiguo, encontramos gran número de viviendas ejecutadas con muros de
mampostería y su correspondiente revestimiento de mortero coloreado. Pero pronto comprobamos que en nuestro pueblo resulta más significativo otro sistema de construcción, que vendría a revolucionar la arquitectura residencial particularmente en Beniaján durante el primer tercio del siglo XX: la realizada con muros de ladrillo visto macizo y teja plana en la cubierta. Su masiva implantación está claramente relacionada con la gran pujanza económica que vivía el pueblo en aquel momento (plena efervescencia de la exportación cítrica), dibujando hoy en nuestro callejero un estilo fácilmente identificable en el patrimonio arquitectónico local.

La proliferación de inmuebles construidos con ladrillo en esos años, aunque de forma discreta en cuanto al alarde constructivo o el diseño, aportaba mayor solidez estructural a las construcciones que la mampostería (por ofrecer un mejor trabado de los muros), y a la vez conseguía agilizar su ejecución. Se trazaron calles y a lo largo de ellas se levantaron hileras completas de casas de nueva planta que ya seguían una misma tipología, e incluso idéntica distribución interior. Desde el punto de vista estético, estas ‘modernas’ construcciones daban homogeneidad y limpieza visual a nuestras calles: se produjo una paulatina regularización de los frentes de fachada, alturas de cornisa y materiales, observándose incluso ligeras licencias en motivos decorativos (aunque fuera simplemente jugando con el aparejo de las piezas). De hecho, aunque a nivel muy básico, la arquitectura del ladrillo macizo que llegó a Beniaján con el siglo XX entronca con el modernismo cartagenero tan en auge en esa época o con el estilo neo-mudéjar de décadas anteriores.


Conservación y protección 

¿Es necesario conservar y proteger este patrimonio arquitectónico? ¿Le damos el valor que realmente tiene? ¿Es importante para Beniaján mantenerlo? Son muchas las consideraciones que uno puede hacer sobre este tipo de construcciones, y desde el Taller queremos animaros como vecinos a reflexionar sobre ello. El matiz diferenciador que existe entre los conceptos "viejo" y "antiguo", en este caso, puede resultar de gran ayuda a la hora de hacer nuestro particular análisis.

Normalmente calificamos como 'vieja' una casa cuando sabemos que sido construida hace muchos años, y lo hacemos de forma casi peyorativa, pues enfatizamos al hacerlo cierta falta de prestancia, solidez o habitabilidad en ella, que muchas veces sólo nos lleva a pensar en la necesidad de desocuparla y directamente demolerla para hacer sobre ella otra de nueva planta. Pero, ¿expresamos lo mismo cuando decimos que una casa es 'antigua'? En la mayoría de los casos, no... pues al hacerlo estamos dando un paso más allá y, a veces sin pretenderlo, convertimos la evidente vejez que pueda tener esa vivienda en un valor añadido, o incluso en su principal virtud a la hora de describirla. Y es que una casa antigua nos transmite información del pasado: evoca una época, una manera de construir, una forma de vivir, incluso la forma de ser de quienes la habitaron. Y, nos guste más o menos lo que percibimos, ya la miramos desde un punto de vista más testimonial o referencial que práctico. En definitiva, empezamos a valorar la arquitectura no sólo por lo que nos sirve, sino por lo que nos cuenta.

En Beniaján hay sin duda muchas casas viejas, pero a poco que nos detengamos a mirarlas con tranquilidad y perspectiva, seguro que distinguimos algunas que nos llaman especialmente la atención. Y al contemplarlas, lo haremos casi como si tuviésemos delante una fotografía antigua, en blanco y negro, de esas que a pesar de los achaques del tiempo y de estar incluso estropeadas, retratan con nitidez una historia que sentimos de alguna manera cercana. Muchas veces, sólo nos queda del pasado el recuerdo transmitido por esas fotos que guardamos como tesoros; y nos gusta mirarlas a menudo buscando en los rasgos físicos de nuestros mayores, en ellas inmortalizados, alguno que todavía se encuentre en nosotros mismos... ¿Por qué no conservar entonces las casas antiguas, como transmisoras de muchos pasajes de la historia local? ¿Por qué no mantenerlas como referencia, a la hora de revitalizar urbanísticamente el casco antiguo? ¿Por qué no potenciar sus valores o 'rasgos' arquitectónicos y adoptarlos en las nuevas construcciones, integrando progreso y tradición? ¿Acaso nos gusta la imagen que están adquiriendo las calles del Beniaján castizo, cada vez más desnaturalizada e individualista, con las nuevas tipologías y variopintas soluciones de fachada que se han ido construyendo en los últimos años?

Villa Azahar: arquitectura perdida


jueves, 29 de diciembre de 2011

29 de diciembre, la Merendona


Hoy son sólo los más mayores del pueblo quienes mantienen nítido el recuerdo de un festejo que cada 29 de diciembre y desde tiempo inmemorial convocaba a gentes de Beniaján y alrededores, en la ladera de nuestra sierra: la MERENDONA. Se trataba de una de las manifestaciones festivas más concurridas y señaladas para los beniajanenses, siguiendo siempre en el calendario a las cinco grandes jornadas de la Navidad que van desde la Nochebuena a los Inocentes.

El festejo se ha querido siempre vincular a una devoción muy beniajanera, la de San Antón, pero en realidad la Merendona se vivía como un acontecimiento popular propio de nuestro calendario festivo navideño e independiente de los festejos en honor al citado santo, que también los había, pero a mediados de enero (con ocasión de su onomástica).

Desde el pueblo se emprendía cada año la subida al monte, llegando hasta las pinadas de El Bojal. Ese día, las puertas de la extensa finca Monteazahar (propiedad de Don Adrián Viudes) se abrían para permitir que la gente accediera a todos los rincones de la sierra. Y una vez arriba, vecinos y familiares compartían las últimas viandas y dulces que habían quedado en las distintas casas tras los días de Navidad. También había quien llevaba a cuestas grandes perolas o sartenes, en las que luego cocinar arroces, migas...

Lo cierto es que, de una forma u otra, el festejo siempre trascendió por convertirse en una hermosa manifestación de buena convivencia entre los vecinos, con masiva participación de beniajaneros y visitantes. El ambiente que se vivía en aquella jornada era además sumamente alegre y fraternal, llenándose las faldas del monte de corros de gente en los que tampoco faltaba la música y el baile tradicionales.
 
Merendona 1927

La devoción a San Antón

Los orígenes del culto a San Antón en Beniaján van ligados a la tradicional consideración de este santo como protector de los animales, pastores y criadores de ganado. Nuestro pueblo no sólo contó siempre con muchos habitantes dedicados a tales oficios, sino que también era importante cruce de vías pecuarias y, por ello, lugar de paso de ganado trashumante. No es casual que la Avenida Fabián Escribano se conozca popularmente entre los vecinos como La Vereda”; y el tramo de esta misma arteria que se encuentra entre la Calle Mayor y el trazado de ferrocarril, no es en realidad avenida ni calle, sino una plaza de forma alargada en la que precisamente confluían los principales caminos de acceso a Beniaján. Hasta hace bien poco todavía era conocida como Plaza de San Antón, pues en ella estaba la antigua ermita dedicada al santo, aunque el templo acabó demolido por quedar muy deteriorado tras la Guerra Civil. Además, siempre ha sido éste el lugar más céntrico del pueblo y, aún hoy, reconocemos dicho entorno como el punto con más tránsito peatonal y de vehículos de la localidad. Por desgracia, la configuración actual de este espacio (urbanísticamente confuso) y la nomenclatura oficial (ya no existe ni una placa que recuerde tan castizo nombre) ha diluido su percepción como plaza y la antigua designación… pero su origen como cruce de caminos para los propios habitantes, los viajeros y también los pastores, es innegable. Es lo que podríamos llamar nuestro particular “kilómetro 0”.
  
Rebaño pastando en la Rambla
La desaparición de la citada ermita se suplió a mediados del siglo XX con la construcción de una nueva ya en la ladera del monte, la cual también sería derribada pocos años después al trazarse la actual calle San Antonio Abad y construirse viviendas en la zona. Posteriormente se levantaría una tercera capilla en el paraje donde se desarrollaba la tradicional merendona, en lo alto de la sierra, eremitorio que persiste en nuestros días como lugar de veneración del santo. La elección del sitio parece poner de relieve una vinculación 'San Antón-Merendona' que, históricamente, no ha quedado contrastada hasta la fecha. Sobre todo, si atendemos a que el santo siempre tuvo su propia fiesta en el mes de enero, desarrollada en torno al primitivo santuario hasta su demolición.

Merendona 1955
El barrio de El Bojal se ha convertido con el tiempo en privilegiado custodio de San Antón, haciéndolo patrono de la barriada y conservando hasta hoy las conmemoraciones festivas en su honor… Pero la Merendona se ha perdido y ya nadie sube al monte cada 29 de diciembre, a compartir entre los vecinos el sabroso embutido o la dulce repostería de estas fechas. Quizá su recuperación sea una asignatura pendiente a considerar, por tratarse de una de nuestras más bonitas tradiciones y más antiguas señas de identidad.


Antoñita Hernández aporta unas cuantas imágenes de su familia en la Merendona:


Merendona 1950
Merendona 1965

Merendona 1959, grupo de alumnos con el maestro

lunes, 21 de noviembre de 2011

La historia de una anciana y su telar: retrato de una época


Reproducimos a continuación un artículo encontrado en una antigua revista de tirada nacional ("ESTAMPA"), cuya protagonista es una anciana de Beniaján llamada Carmen Barceló: en él se aborda la vida, el contexto social y los recuerdos de una de la últimas tejedoras que quedaban por entonces en la Huerta de Murcia. Conviene señalar aquí que son constantes las referencias que tenemos sobre la existencia de numerosos telares en Beniaján, como muestra de una actividad textil artesanal muy arraigada en el pueblo desde antiguo y siempre vinculada a la tradición serícola, constituyendo una de sus principales actividades económicas hasta el periodo pre-industrial de finales del siglo XIX. La lectura del artículo se convierte hoy para nosotros en un doble viaje al pasado, pues la publicación es del año 1931... y ya entonces se contempla este trabajo como un oficio trasnochado y casi extinguido. Las fotografías pertenecen al mismo reportaje.



LA VIEJECITA QUE LLEVA 77 AÑOS TEJIENDO EN UN TELAR DE PEDALES 

Nos seduce la fisonomía de esta viejecita humilde que, como las de los Nacimientos, vive en una casita rústica con ventanas de tosca madera y balcón apenas saledizo.

Carmen Barceló, que así se llama, tiene, por más semejanza con las de los Nacimientos, esa brillante pátina que presta el barniz al barro, y la limpieza meticulosa a las personas. Ya, al entrar en su hogar, se nos anticipa este rasgo de su carácter; limpieza en las blancas paredes enjalbegadas de cal, en las desnudas vigas, en los suelos de tierra apisonados y barridos hasta hacerlos joyantes, en las panzudas tinajas, en el viejo arcón familiar... Nos parecerá entrar en la casa de una moza, ¡tal alegría y limpia juventud se respira en todo!, si no estuviera allí, arrebujada y sola, entre montones de tiras de tela, junto al viejo telar, Carmen Barceló, tejiendo mantas retaleras.

La virtud del trabajo 

Se levanta al vernos llegar inopinadamente, y nos dice, mientras salta tras el telar con agilidad juvenil, que tiene noventa años cumplidos. ¡Noventa años, Señor, y sin conocer más mundo que este reducido ámbito pueblerino y el camino real que conduce al mercado extramuro de Murcia! Noventa años vividos en esta calleja angosta que termina en un verdor intenso y bronco de naranjales. Aquí se casó, aquí nacieron sus seis hijos, aquí murieros tres de ellos y su marido, y de aquí marcharon los demás a vivir su vida, y aquí quedó ella con su telar y sus mantas...

"Porque quiere, sabe usted -nos dice su hija, que nos acompaña en la visita-. Gracias a Dios no le hace falta trabajar para vivir bien, pero no hay quien la obligue a estarse quieta. Y aquí la tiene usted, todo el día en su telar. Algunas noches vengo yo creyendo que duerme y la encuentro tejiendo a la luz del candil." 

La abuela protesta... Trabaja porque si no lo hiciera se moriría. Toda su vida trabajando... Y que la vida es para eso, Señor. De niña -sigue contándonos con voz clara, segura y llena de un fino donaire- trabajaba en un telar de cintas y su madre iba al mercado a hacer la venta. A los trece años le dieron uno como el que hoy tiene, y encima de él sus manos han ido tejiendo el poema de laboriosidad y abnegación de toda su vida.


Aquellos tiempos eran peores que éstos

- ¿A qué edad casó usted?
- A los veinte años.
- ¡Qué joven! -exclama alguien.
- Ya sabía contar los dineros -responde rápida la abuela con picardía.

Y nos habla de cosas de su vida. De su viudedad a los 36 años con el problema de los hijos irresoluto. De las revueltas políticas, que estremecieron al público, cuando el Gobierno envió a Beniaján muchos cientos de fusiles. La figura inquieta y exaltada de Antonete Gálvez pasa por la conversación. Figura llena de simpatía... "para quien pensara como él". La abuela tiene en la cabecera del lecho colgada una estampa de la Virgen del Carmen y en el testero de la derecha un cromo de la juventud de Alfonso XIII.

- Sin embargo -la interrumpimos-, aquellos tiempos eran mejores que éstos.
- No lo crea usted. Entonces este pueblo era un caserío. Había que ir a Murcia por tó. Pero ahora es otra cosa, ahora hay ¡hasta cine!
- ¿A usted le gusta el cine?
- No lo conozco. Cuando era joven porque no me dejaban ir, y ahora porque no quiero yo. Antes estaba de otra manera; se representaban comedias buenas, como la Pasión de Nuestro Señor; pero ahora no hacen más que galopinerías que luego aprenden los zagales. Todos en el pueblo saben los nombres de esas tunantas que se presentan en cueros...

Dos mantas para Madrid
 

"Ni ha ido al cine -añade la hija- ni se ha retratado nunca." Son, pues, estos retratos que reproducimos los únicos que tiene esta viejecita, que posa admirablemente, con singular serenidad y hasta con cierta coquetería, interrumpiendo de cuando en cuando las poses para dar escape a su asombro: 

- ¡Y salir yo a mis años en los papeles retratá!
- A ver si con ellos tiene usted más pedidos.
- Ya tengo, ya -exclama con visible orgullo-. Para Madrid estoy terminando dos mantas.
- ¿Tarda usted mucho en hacer una?
- Se pueden hacer hasta dos a la semana.
- ¿Producen mucho?
- Poco. Se vende cada una a 30 y 40 reales. 

Este telar es el único, o uno de los raros ejemplares que hoy quedan en la huerta donde, en tiempos no lejanos, produjeron una interesante industria. La abuela tejió en él, primero paños y cobertores finos que los jueves llevaba su marido a los mercados de Murcia; después, cuando halló la competencia de las grandes fábricas, redujo su actividad sólo a estas mantas retaleras que se usan ya poco en estos tiempos.
Y al pie del telar horas y horas, esta viejecita es feliz. Piensa en su vida llena de abnegaciones, en los hijos criados con la ayuda de su trabajo... Y su soledad es un símbolo y una acusación cuando, de noche, a esa hora en que las gentes llenan los teatros, los cabarets y las tabernas, o se debaten en sueños de lucha y competencia, ella, a la débil luz de un candil, silenciosa y con el alma en paz, teje sus mantas...

Texto: Raimundo de los Reyes. Fotos: Mateos
Artículo publicado en el nº 161 de la Revista "Estampa"
(7 de febrero de 1931)


miércoles, 9 de noviembre de 2011

Nenico El Practicante


El hombre de la imagen fue conocido y reconocido en Beniaján por ayudar a la gente en las situaciones en las que más ayuda necesitamos: ante la enfermedad y en los trances relacionados con la salud. Fue el practicante (hoy ATS) del Beniaján de la posguerra, un tiempo en el que no había seguridad social. Si tenías dinero, te atendían. Si no, se sentía.

Pero él, sin embargo, no iba con la cartera por delante, sino con la voluntad de ayudar en lo que pudiera. Así, puso inyecciones, curó heridas y atendió partos allá donde lo reclamaban.

De esta última vocación (la de partero, como lo llamaban antes, o matrón, como le llamamos ahora), nos llega la siguiente historia, contada por Rafael Sánchez Tomás quien por aquellos entonces era mancebo de la farmacia del pueblo: 

"Me llega un día a la farmacia un gitano de Torreagüera a las 9 de la noche y me dice: oiga, ¿usted es Rafaelito? Y le digo: sí. Y me dice: es que vengo a decirle que tiene usted que ir a casa del Sr. Nenico (y yo: ¿señor Nenico?, claro así llamao, no caía) y dice: porque ha ido a mi casa (Torreagüera), se había metío en la cueva, que era donde vivía la gitana, la reconoció y le dijo: oye que esto faltan 6 u 8 horas para que vaya a nacer el zagal, o sea, que no hay parto todavía, me voy a mi casa y luego volveré. Y el gitano se plantó en la puerta de la cueva y dijo que de aquí no sale nadie hasta que no lo diga yo. Y entonces el otro le dijo: bueno, vaya ud. a la farmacia, pregunte por tal, que era yo, yo fui a decírselo a su mujer y además le dijo, le encargó (que era lo gracioso): y de paso le dice usted que vaya al Chamboy, que le dé una botella de vino pa’l Nenico y otros 10 pajarillos… Y estuvo hasta el día siguiente metío en la cueva." 

Eran tiempos duros en los que se paría en cuevas y se comían pájaros fritos. Tiempos de hambre, frío y miseria. Pero, como suele pasar siempre, hubo personas, como Nenico El Practicante, que los hicieron más llevaderos.




El Nenico tiene dedicada una calle con su nombre en Beniaján, junto al Colegio La Naranja. Es peatonal y comunica la C/ Escuelas con la C/ Instituto, en el Barrio de La Tana.