Imagen recogida por Antoñita Hernández Marín y cedida por Paco Henarejos
¡¡Venga, venga!! Que ya llega. El domingo, 2 de marzo es nuestro día grande. ¡El Carnaval de Beniaján!
- ¿El domingo?- dirían las máscaras que vemos en la foto. ¿Qué pasa el domingo?
Para ellos el día grande del carnaval era el martes, que por eso se apellida así, "Martes de Carnaval", pero es que ahora es otra cosa. Ahora todo está muy organizado, muy institucionalizado, muy encorsetado en unas fechas, cuando la gente no trabaja y puede ir.
Antes, no. Antes es que había poco trabajo y el que había no era como ahora. Si ese día faltabas, pues tampoco pasaba nada.
Muchos de los carnavaleros eran sus propios jefes o trabajaban en lugares a los que podían faltar. No había ensayos de bailes de comparsas, ni elaboración de trajes costosos. No todos iban igual. Te ponías lo que tenías. El caso era taparse la cara y transfigurarse: las mujeres se volvían hombres y los hombres mujeres. Observen esos senos abultados detrás de corbatas: ¿hombres o mujeres? No se sabe. Ese día, por fin, se podía ser las dos cosas.
El Carnaval es una fiesta fundamental en nuestra cultura. Es la gran catarsis en la que el espíritu se re-equilibra. Así nos lo explica Julio Caro Baroja: "La religión cristiana ha permitido que el calendario, que el trascurso del año, se ajuste a un orden pasional, repetido siglo tras siglo. A la alegría familiar de la Navidad le sucede, o ha sucedido, el desenfreno del Carnaval, y a éste, la tristeza obligada de la Semana Santa (tras la represión de la Cuaresma). En oposición al espíritu de la triste y otoñal fiesta de Difuntos, está el de las alegres fiestas de la primavera y de verano. El año, con sus estaciones, con sus fases marcadas por el Sol y la Luna, ha servido de modo fundamental para fijar este orden, al que se somete el individuo dentro de su sociedad y al que parecen someterse también los elementos. Muerte y vida, alegría y tristeza, desolación y esplendor, frío y calor, todo queda dentro de este tiempo cargado de cualidades y de hechos concretos, que se mide también por medio de vivencias"
Y es que somos parte de la naturaleza y caminamos con ella. Por eso el cristianismo recicló estos viejos ritos paganos de la transfiguración, de ser el que no somos por un tiempo determinado. Y por eso, aunque ahora estemos muy lejos de la naturaleza, de las estaciones y de los ritmos que imponen el sol y la luna, seguimos aferrados a los ciclos. Es también por eso que nada pudo acabar con el Carnaval aunque hubo muchos intentos de hacerlo. De todos es conocido que durante el franquismo se perseguía la fiesta, pues se asociaba a alborotos y algarabías. Y es que aquéllas máscaras eran toda una fiesta de la risa, la broma y la juerga. A veces, traspasando los límites de lo correcto.
Como sabéis, en el taller estamos trabajando temas beniajaneros a través de personas que nos sirven de excusa o hilo conductor para explicar otras cosas. Nuestro personaje carnavalero es Juan Papá, del que se cuentan múltiples anécdotas de aquéllos días de máscaras.
Juan Papá en el Chamboy
Una de ellas dice que tras vestirse y pintarse en casa de Paco Reconque fue a la tienda de Fernando, en la calle Mayor y compró un orinal (jarro que se decía antes). Lo llenó de vino e iba ofreciendo de beber a todo el mundo, entre la risa de unos y el escándalo de otros. O aquélla vez que junto con Pepe Rateña y el Nines formaron una familia, siendo estos el padre y la madre de Juan Papá, convertido en bebé al que llevaban en un gran carricoche y al que le daban seguido su necesario "biberón".
Juan Papá iba casi siempre a cara descubierta, no necesitaba de la tapadera que suponía enmascarar el rostro. A cara limpia, gastaba sus bromas y hacía su fiesta.Y como él, muchas otras personas del pueblo. Entre el domingo y el martes, en cualquier momento, a cualquier hora podía producirse la fiesta, en cualquier lugar. Salían disfrazados de la casa de uno y se iban uniendo por la calle. O bien, venían de otros pueblos para unirse aquí al desenfreno del que hablaba Baroja.
Muchos años han pasado ya desde aquél carnaval improvisado, espontáneo y descarado. Poco, muy poco, nos parecemos nosotros a aquéllas personas del pasado y poco, muy poco, se parece este a aquél Beniaján.
Por eso el Carnaval también se ha transformado. Ahora el martes pasa casi sin pena ni gloria, si no fuera por algún colegio que respeta la tradición. Ya no hay Baile de Piñata en el Casino. Y los desfiles están bien montados, con comparsas que lucen vistosos trajes y bonitas coreografías. De repente, todos nos hemos vuelto canarios, acompañe el tiempo o no y las plumas son lo más llamativo de un carnaval que se limita casi exclusivamente a los desfiles y está cada vez más lejos de las casas y la calle.
Puede que se trate de su enésima transformación, la necesaria para no desaparecer.